Los Tres Staretzi

Los tres Staretzi son tres monjes que, según contaban los lugareños, vivían en una isla rogando por la salvación de sus almas. Un día el Arzobispo de Arkangelsk navegaba rumbo al monasterio de Solovsky en un barco con muchos otros tripulantes, cuando oyó la historia que se relataba acerca de los tres monjes que allí vivían y trabajaban orando constantemente. Esto intrigó de tal manera al obispo que quiso conocer esa isla, la cual estaba tan cerca en ese momento de la embarcación que le pidió al capitán un bote para llegar hasta allí y ver si realmente existían.

El capitán accedió y dispuso un bote con algunos marineros que lo acompañaron hasta el lugar, aunque antes le había comentado al obispo que no valía la pena visitarlos ya que eran muy necios, cerrados, que casi no hablaban y no entendían lo que se les decía. El día estaba claro, el sol brillaba en su punto máximo y las aguas estaban tranquilas. Cuando llegaron a la playa, el obispo y los marineros vieron la figura de tres hombres que estaban parados observándolos, los tres tomados de la mano. Uno era alto, el otro mediano y el otro muy bajo. Efectivamente los tres monjes vivían en esa isla.

Cuando el Arzobispo llegó hasta ellos, los bendijo a los tres y mientras los monjes se deshacían en reverencias ante la Ilustrísima Presencia, el obispo les habló:

-He sabido que trabajan aquí por la eterna salvación de sus almas, amados staretzi, y que rezan al Cristo por el prójimo. Yo, indigno servidor del Altísimo, he sido llamado por su gracia para apacentar sus ovejas. Y puesto que sirven al Señor, he querido visitarlos para traerles la palabra divina. Los staretzi callaron, se miraron y sonrieron.

-Díganme cómo sirven a Dios -prosiguió el Arzobispo. El staretzi que estaba en el centro suspiró y miró al viejecito. El staretzi más alto hizo un gesto de fastidio y también se volvió hacia el anciano. Este sonrió y dijo:

-Servidor de Dios, nosotros no sabemos servir al Altísimo sino tan sólo a nosotros mismos, ganando nuestro sustento.

-Pues entonces – respondió el obispo-, ¿cómo rezan?

-Nuestra oración es esta: «Tú eres tres, nosotros somos tres. Concédenos tu gracia».

Y no bien el viejecillo pronunció estas palabras, los tres staretzi alzaron la mirada al cielo y repitieron:

-Tú eres tres, nosotros somos tres. Concédenos tu gracia. Sonrió el Arzobispo y dijo:

-Evidentemente han oído hablar de la Santísima Trinidad, pero no es así como se debe rezar. Les he tomado afecto, venerables staretzi, porque advierto que quieren complacer a Dios. Pero ignoran cuál es la forma de servirle. Esa no es la manera de rezar. Escúchenme, que yo les voy a enseñar. Lo que les diré está en las Sagradas Escrituras de Dios, que dicen cómo debemos dirigirnos a El.

Y el obispo les explicó cómo Cristo se reveló a los hombres y les habló sobre el misterio de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Después dijo:

-El Dios Hijo descendió a la Tierra para salvar al género humano, y a todos nos enseñó a rezar. Escuchen y repitan conmigo -y el obispo empezó:-Padre nuestro…

Y el primer staretzi repitió:
-Padre nuestro…
Y el segundo dijo asimismo:
-Padre nuestro…
Y el tercero:
-Padre nuestro…
-Que estás en los Cielos -prosiguió el Arzobispo.Y los staretzi repitieron:
-Que estás en los Cielos…

Pero los monjes se equivocaban o pronunciaban mal las palabras que tan pacientemente el obispo les estaba enseñando. Pasaron horas tratando de memorizar el Padre Nuestro, y el prelado estaba empeñado en que los pobres monjes aprendieran la manera correcta de rezar a Dios. Así pasó casi todo el día hasta que uno de ellos ya podía repetir de memoria la oración completa. El Arzobispo se sintió satisfecho y se encaminó hacia la embarcación que lo llevaría nuevamente al buque para continuar con su viaje. Se despidió de los staretzi y éstos lo despidieron con reverencias inclinándose hasta el suelo. El los hizo incorporarse y los besó a los tres.

Subió nuevamente al buque y miró en dirección a la isla que parecía un punto en la distancia. Después de algunas horas, la luna brillaba en el cielo y sus reflejos jugaban sobre las ondas del mar. Todos se habían retirado a sus camarotes, pero el prelado decidió quedarse mirando el paisaje nocturno cuando de pronto divisó algo que parecía una embarcación que venía directamente hacia el buque detrás de la estela dejada por éste. Observó mejor y le dijo al piloto si eso no sería un pez o un ave que los estaba siguiendo, aunque en realidad parecía un hombre sobre el agua, pero ¡eso no podía ser! Cuando de repente vió que aquello que se deslizaba sobre el mar detrás del buque eran los tres staretzi que mirando hacia arriba le pidieron al obispo a los gritos que volviera a enseñarles la oración, pues se habían olvidado de una palabra y todo se les vino abajo no pudiendo recordarla completamente. Ante esto el Arzobispo se persignó y con voz emocionada les pidió que siguieran rezando como lo hacían, pues «sus oraciones de igual modo llegarán al Señor» les dijo, «no soy yo quien debe enseñarles, son ustedes que deben rezar por la salvación de nuestras almas» y el obispo los saludó con una profunda reverencia.

Los tres monjes se quedaron inmóviles por un instante y luego volvieron caminando sobre las aguas rumbo a su isla sin decir palabra. A lo lejos, en el lugar donde estaba la isla un resplandor brilló toda la noche aquella vez hasta que amaneció.

Síntesis del cuento
«Los tres Staretzi»
de Leon Tolstoi
por Miguel Ángel Arcel

Staretzi: en idioma ruso, hombre santo de edad avanzada.

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